Un contrapunto no del todo inesperado: trataron a Roca Rey con una exigencia, un rigor y una hostilidad a ratos desmedida.
No la mayoría, rendida a la exhibición incuestionable de valor y carácter el joven torero limeño, pero sí la minoría suficiente que lo estuvo friendo con silbidos aislados pero disparados como proyectiles, gritos de castigo y, si no, el silencio cortante para castigar logros de méritos.
El tercer alcurrucén, muy montado. Roca abrió en tablas faena con una tanda de horma de distinguida calidad, se abrió al tercio y se puso enseguida. Faena de valor y de tragar paquete. Actitud impecable, serenidad. Eso más que gobierno del toro, que no fue sencillo ni tampoco el peor de la corrida,. Una estocada brava, sin descabello.
En el quinto toro, Roca volvió a salir a quitar en su turno. Tafalleras, caleserina y media. Apenas un puñadito de palmas. Así estaba el patio. Costó un mundo volcar el ambiente, tan del revés. Y, sin embargo, llegó a volcarlo Roca Rey con una faena, la de un violento sexto toro seriamente armado. Una faena de todavía más firmeza y tragaderas que la del tercer toro. De desigual gobierno –dos desarmes en trallazos fieros- porque más que embestir el toro empezó arreando, y quedándose luego debajo y derrotando en los remates por alto. La faena, brindada al Nobel Mario Vargas Llosa –brindis acogido también con algunos pitos-, fue de gran tensión y por eso mismo intensa. Muy de verdad el torero pisando campo de minas.
La puesta en escena del joven espada en las tres tardes de tronío sobre el anillo venteño han dejado grandes momentos llenos de torería nueva rompiendo moldes en la construcción de faenas distintas con un gran fondo de valor y ganas de asentarse en la cabeza del escalafón de forma insultante , con una osadía rebelde digna de elogios en su primer año de matador , y ya consagrado.
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