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sábado, 17 de junio de 2017

El niño de Pepe Luís

Ocurrió en Granada
El diestro sevillano dio una lección de tauromaquia que dejó al público sin palabras, toreando con verdad y con naturales de una gran suavidad y gran gusto.
El otro día, jóvenes aficionados de la generación nacida en la posmodernidad, se echaron al ruedo de Granada para pasear a hombros a Pepe Luis hijo, en la que se anunció como su última tarde vestido de luces. No había cortado ni una oreja, pero sintieron la llamada de esa verdad profunda y permanente del toreo, que la saga de los Vázquez han encarnado como pocos a lo largo de los años.
Cierto que era en Granada, una plaza amable en los festejos y en sus vísperas, cuando toca aprobar los toros a lidiar. 
Pero tampoco el último de los toreros de San Bernardo pretendía conquistar el mundo, ni revolucionar nada. En realidad, la suya ha sido una campaña corta y sin mayores compromisos, nacida de las añoranzas de Morante de la Puebla, al que de buen seguro le hubiera gustado reencarnar al Sócrates de San Bernardo.
Pero eso no resta un ápice de valores  de lo que se trata de exponer. El niño de Pepe Luís, que ya calza los 60 años, expuso lo que debió de aprender de su padre: que el toreo como arte auténtico es ante todo naturalidad y armonía, estética verdadera nacida para evaporarse en el minuto siguiente. Pues eso, que resulta tan básico para entender el arte del toreo, sorprendió a una generación que ni le alcanzó a conocer en su etapa más profesional y mucho menos pudo tener la dicha de admirar a su padre. Algo tendrá ese toreo para recibir tantas bendiciones de generación en generación.
Resultado de imagen de pepe luis vazquez en granadaGonzalo Bienvenida, representante de esta etapa posmoderna, recién llegado a la crónica taurina, en la que ya apunta muy alto, después de verle en Granada escribió en las páginas de El Mundo que ”la tauromaquia de Pepe Luis es eterna”, porque se trata de “un concepto de otra época que está por encima de modas”.

 Llama la atención que, para nuestra fortuna, los que acaban de llegar a la Tauromaquia ya alcanzan a advertir que las verdades permanentes del toreo van por otro camino muy distinto a esa plaga de arrucinas, que un buen días rescató del armario Talavante y ahora nos inundan, las más de las veces convertidas en torpes trapazos sin temple y sin gracia alguna.



La verdad del toreo es esa otra que nace, como decía el maestro, de la sensibilidad que se esconde en la yema de los dedos, en sus mecidos movimientos para llevar al toro hasta muy atrás, sin una violencia, con la profundidad de quien está toreando tan sólo con la palma de la mano. La que acaricia con naturalidad las embestidas, sin otro propósito que dar a luz a un arte sublime.
 Y con unos trebejos que de suyo son sueltos de textura y breves de formato, no mantas zamoranas que además parecen almidonadas.

Resulta innecesario recordar quién ha sido en el toreo el hijo del maestro Pepe Luís. 
En el fondo, podría resumirse que encarnó para el aficionados todas las sanas nostalgias de quienes tuvieron la fortuna de admirar y emocionarse con su padre.
 Luego, las circunstancias le colocaron en su sitio, como históricamente ha hecho siempre el toro.  
Pero qué nostalgias tan bonitas y tan ciertas, tanto que después de muchas décadas aún mantiene intacta toda su vigencia, hasta tal punto que ha sido capaz de conmover a una generación recién llegada a los tendidos.
El próximo año 2018,  Pepe Luís padre recibirá el último de los honores que cabe en esta vida, cuando sus restos mortales reposen definitivamente, junto al histórico Francisco Arjona “Cuchares”, a los pies de su Cristo de la Salud, en el sevillano templo parroquial de San Bernardo. Con un año de adelanto, su hijo nos ha recordado que todas aquellas verdades que marcaron su paso por el toreo, siguen estando vigentes y, además, enamoran a los que acaban de llegar.

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