"Corred que ya viene!".
El ruido es ensordecedor. Todos van a la carrera para terminar de engalanarse.
Y es que esta fiesta no estaba prevista...
Ha llegado de pronto, y demasiado pronto, pero fiesta es, porque aquí no hay espacio para la congoja.
Aquí reina auténticamente la paz, la vida.
Juan Belmonte se ajusta la corbata negra, en claro contraste con su traje de luces, blanco reluciente.
Aquí, todos los maestros siempre lucen el mismo color en los días grandes. "Que ya viene, que ya viene Fandiño!" grita Frascuelo.
Cuando llega al fin Iván Fandiño, el que le sale al paso es Víctor Barrio.
Los dos están en medio del coso.
El silencio domina absolutamente todo. Todos los ojos están fijos en ellos.
Entonces, Víctor le da un abrazo infinito y le susurra un "gracias de corazón" por el brindis de un toro a su padre hace apenas unos meses, en la plaza de Valdemorillo:
"Padre de torero grande, este brindis es una mierda, porque seguramente no calme nada.
Pero lo que sí te puedo decir es que tu hijo ha dignificado nuestra profesión y gracias a él nosotros nos podemos sentir muy orgullosos y defendidos en todo el mundo. Él está ahora en la gloria, donde la mayoría de los mortales sueñan estar y jamás podrán. Va por ti".
Abrazado al compañero caído casi un año antes, Fandiño se sorprende, pues al fin vuelve el pulso a sus venas.
Y así, sin que le haga falta saber nada más, sabe que está vivo, y vive donde uno ya nunca muere.
Pero no solo eso, sino que Domingo Ortega le informa que este día de Corpus Christi celestial " va por ti, maestro".
Es el pistoletazo para la gran fiesta: tras el toque del clarín, saltan al ruedo Manolete y Joselito El Gallo.
Fandiño se arrodilla frente a los dos maestros, que le brindan sendas verónicas que, en sí mismas, recogen el misterio de la vida.
Fandiño se arrodilla frente a los dos maestros, que le brindan sendas verónicas que, en sí mismas, recogen el misterio de la vida.
Siguen toreando al toro, un precioso animal blanco y volador,
con Paquirri y Antoñete en los medios.
con Paquirri y Antoñete en los medios.
Ambos le regalan un estatuario al limón que enerva a todos los presentes, todos ellos toreros que llegaron aquí tras regalar al mundo su arte.
Los siguientes trances, sin orden ni concierto, a ratos con el capote y a otros con la muleta, corren a cargo de Marcial Lalanda, Luis Miguel Dominguín, Antonio Buenvenida, Antonio Ordoñez, Conchita Cintrón, Pepe Luis Vazquéz...los tres últimos en clavar las zapatillas en la arena y bailar sin moverse son Renato Motta, el Pana y Adrián, el niño Adrián.
Concluido el rito, Fandiño es llevado a hombros por sus compañeros de fe, que pugnan por tocarle entre bromas y risotadas.
"Maestro, tienes que contarme cómo fue eso de arrojar la muleta y tirarte con la espada frente a esos dos pitonazos, con solo tu cuerpo por barrera, para triunfar en Madrid", le llega a decir José Mari Manzanares.
Frente a la puerta grande, reciben al grupo, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Paco de Lucía y Camarón.
También todos ellos vestidos con un traje de luces blanco.
En ese instante, el toro, al que por su puesto que no se ha dado muerte (aquí ya nadie muere, tampoco el animal con el que todos han soñado en cada una de sus noches de carne y hueso), se planta en medio de los cuatro y comienza la danza. Los poetas embrujan al morlaco en sus versos, la guitarra cobra vida y la voz rota de quien soñó con ser torero tiñe el cielo de un rojo que parece hoguera.
El calor del corazón se hace presente y todos sienten algo de modorra. Sentados en círculo ante el fuego, ya con las primeras botellas de vino descorchadas, los maestros piden al recién llegado que cuente cómo fueron esas tardes únicas en que se consiguió torear con el alma, sintiendo que ya no había ninguna barrera entre el toro y él, ni siquiera su cuerpo.
De pie, un Iván Fandiño que sonríe como nunca, mientras la guitarra de Paco de Lucía late al compás de su voz, susurra para sus adentros:
"Ha merecido la pena".
HASTA SIEMPRE IVÁN !!!!
Por Miguel Ángel Malavia.
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