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sábado, 8 de abril de 2023

Semana Santa y toreo, símbolos de libertad

 


La Semana Santa va más allá del significado eclesiástico o religioso sobre la pasión de Jesús de Nazaret. Lo que se celebra es que seguimos unidos por una serie de creencias o de métodos o de querencias que nos identifican. Nos hacen ser quienes somos, celebrando de alguna forma el legítimo derecho a una identidad sin fronteras ni pertenencias que no sean las que vienen de la identidad propia. Somos lo que fuimos, sumado a lo que somos ahora y a lo que queremos ser más adelante. Y la Semana Santa tiene, cada año y cada primavera recién estrenada, el grito unánime de la identidad, de lo propio. Y en esta identidad colectiva, casi espontánea, procesiones y toros.

Nada que sobrevive al paso del tiempo es un anacronismo, si éste mantiene la utilidad de la unión entre generaciones. Los bisabuelos y tatarabuelos y los padres y los abuelos vieron toros en Sevilla y en Málaga, y en Francia y Madrid, al tiempo que contemplaron los mismos pasos y escucharon las mismas saetas por las calles, día y noche. Lo mismo hacen ahora los hijos y los nietos y los bisnietos de aquellos. Lo más grande de las tradiciones no es su ritual, sino que éste se simbología de que el cuento del tiempo y su paso, lento o veloz, no puede competir contra esa raíz honda que sujeta nuestra identidad. El tiempo con su viento arranca de cuajo aquello que es estéril, ocurrencia o superficialidad. No hay huracán que no fracase frente a la insistencia de lo que es auténtico.

No es cuestión sólo de fe en una religión o una creencia, como no es sólo cuestión de una afición a los toros. Esta semana las calles austeras de Castilla, con más gracia honda en Sevilla o Málaga, de forma casi ancestral en pueblos de Aragón o en Galicia, en Cataluña o el País Vasco, con sus aires moros en el Levante, todas ellas formas de un mismo fondo, recuerdan lo mismo. Lo que somos y de dónde venimos. Cada lugar a su modo, como cada afición de toros a su modo ve toros. Ni es cosa de fe ni de afición, es asunto de libertad.

No hay dictadura, democracia, república o monarquía que haya podido con el pueblo y sus tradiciones. Cada régimen y su tiempo se llevó lo que no era pueblo. Por mucho que hayan insistido los aún gobernantes de este país en contra de intocables como toros y Semana Santa, no lograron erradicarlo ni debilitarlo. Lo intocable no es el dogma, ni la norma, ni la liturgia en sí. Lo intocable es el pueblo, la gente de todos los tiempos, quienes reiteran su afecto y pasión por esos símbolos. No hay pueblo sin símbolos. Y quien no admite toro en España, águila en México o cruz en tantos países, no admite a esos pueblos.

Hay en la Semana Santa rebelión popular en la memoria ancestral, sueños de libertad. La crucifixión era el sistema de muerte pública, lenta y cruel, para el esclavo y el rebelde. No era el método persa o romano de muerte al reo común. Hay cruz cuando hay rebeldía por sueños de libertad. Es curioso, por decirlo de alguna forma, la barra libre que este Gobierno, que vive sus últimos minutos, ha tenido contra esta y otras tradiciones. Siendo éstas símbolos de libertades. Libertades civiles, libertades de culto, libertades de pertenencia. Toda esta moda pseudopolítica, que ha tratado de revertir la identidad espontánea pero insistente de los españoles de todas partes, ha fracasado.

Las corridas de toros tienen en 2023 un año que tiene visos de ser excepcional. Jóvenes de toda condición y de todos los lugares tienen ya en las plazas de toros su punto de encuentro. Nunca ha habido ese río de sangre nueva. Como también llenarán las calles al paso de las procesiones, llamados por la curiosidad innata que no solo no mata al gato, sino que lo convence de que lo contemplado forma parte de su identidad, de su derecho, de su libertad.

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