BARCELONA.- José Tomás volvió y triunfó. La tarde en Barcelona fue una reivindicación doble: del toreo en sí y de los toros en Cataluña. Cayetano también abrió la Puerta Grande.
Finito de Córdoba: Estocada y tres descabellos (ovación); tres pinchazos y descabello (silencio).
José Tomás: Bajonazo (oreja); estocada recibiendo que cae baja (dos orejas).
Cayetano Rivera: Estocada entera (dos orejas); estocada entera recibiendo (dos orejas).
Incidencias: Festejo en la Monumental de Barcelona, que registró un lleno histórico de 'no hay billetes'.
Confirmado. José Tomás Román es el líder de una secta con decenas de miles de seguidores. Su sola presencia en una plaza es capaz de atraer a los fieles, anular voluntades y hacer pasar por milagro lo bueno, lo regular y lo malo. Este caudillo del toreo ha vuelto. Lo ha hecho en Barcelona con un "...decíamos ayer" prendido de su muleta. El resultado: apoteosis, locura colectiva, comunión con el público. Y tres orejas y Puerta Grande, por cierto, pero eso es lo de menos.
La Monumental se convirtió en un altar, con la cercana sombra de las torres de la Sagrada Familia y el edificio Agbar. Todo estuvo lleno de simbolismo: la elección de la capital catalana no fue casual y el escenario cumplió lo prometido. No faltaron ni los esperados centenares de descreídos antitaurinos que gritan y protestan con insistencia durante toda la tarde.
En el ruedo ocurrieron muchas cosas, fue una tarde entretenida, que no se puede repasar más que teniendo en cuenta la emotividad que impregnó cada instante. La ovación que recibió la terna fue rotunda y sincera. Cada gesto del mesías del toreo se jaleó sin fisuras.
La emoción de siempre
José Tomás estuvo a la altura, a su altura. Trae a los ruedos la emoción intrínseca a su toreo. La primera faena fue la mejor. De inicio, verónicas de recibo suaves y lentas, mimosas. En el quite, chicuelinas ajustadisimas. Tras los pases de tanteo, naturales también lentos, largos, rematados muy abajo y muy atrás, dejándose el toro muy encima.
En un descuido, el toro lo prendió y el diestro rodó y rodó con el ansia de los pitones que buscaban su cuerpo. Fueron segundos eternos de mal agüero, pero se libró de la cornada. Volvió a la cara del de Núñez del Cuvillo, que fue a más y aguantó una larga faena, aunque protestó con cabezazos y no fue nada cómodo. Desde ahí, naturales a cámara lenta, algunos inverosímiles, fabricados por los terrenos que pisaba el torero, por su valor y por su muñeca. El bajonazo, sin embargo, fue un monumento a la infamia.
La faena al quinto bajó en calidad, pero no en emoción. El toro no quería pelea, pero José Tomás se la dio: primero, con naturales sueltos, de uno en uno, rematados en la cadera. Después, en los estertores de su labor, con unas manoletinas de infarto: consistieron en citar con la muleta oculta tras el cuerpo, aguantar la embestida hasta que el morlaco estaba a menos de un metro y sacar la tela en el último instante para evitar la cogida. Y el ¡ay! en el tendido en cada una. Después, gritos de '¡torero, torero!', de '¡oé, oé!', como en los partidos de fútbol, la apoteosis de una afición catalana arrinconada habitualmente y crecida por un día.
La réplica de Cayetano
El mérito de Cayetano Rivera fue doble. Por un lado, se sobrepuso al papel de comparsa que tenían los diestros que compartían cartel con José Tomás. Por otro, luchó en el ruedo con un diestro con un concepto del toreo diferente del suyo. Y aguantó el envite Cayetano. Es más, objetivamente, podría decirse que fue el triunfador de la tarde.
Cayetano sabe lo que es el toreo en redondo, el temple, la ligazón sin moverse del sitio. Lo sabe y lo aplicó, especialmente en el último de la tarde, aunque abusando en ocasiones del pico. Al natural no se llegó a encontrar en toda la tarde Cayetano. Intercaló algunos pases con mucho sabor, de excepción, con otros, los más, sin sustancia.
Finito de Córdoba intentó reencontrarse consigo mismo y con su toreo en el primero, consiguiéndolo sólo de manera fugaz, pero volvió a la dura realidad en el cuarto.
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