Sobrevoló la plaza de Valencia , las fallas, la ciudad, y diría que la temporada.
No se habla de otra cosa en el planeta toro. Impactó Roca. Tiembla la jerarquía pensando dónde puede llegar ese peruano apenas superada la adolescencia.
Mucho más allá de las dos orejas que le cortó a su segundo pesa lo que se adivinó que puede hacer cuando un toro le quiera coger la muleta con franqueza, aunque visto lo visto tampoco le importa mucho que le quiera coger la muleta o que le quiera coger a él por muy a barbaridad que suene.
Pesa, les va a pesar a muchos, el territorio al que llevó su toreo, cómo se metió a la gente en el bolsillo, la facilidad con la que lo logró, lo insaciable que se mostró, su espíritu retador, su desahogo juvenil en cita de tanta responsabilidad apenas unos meses después de tomar la alternativa. El tío es cóndor por nacimiento y lobo por vocación. Cuando abandonó la plaza, la plaza era suya y ese efecto te retrotraía a los tiempos en los que los toros eran pasión y los toreros ídolos.
Hubo más noticias buenas en la tarde, la misma actuación de Alejandro Talavante tuvo nivel de torero grande, aguantó el envite, estuvo serio, en su papel de maestro, asumiendo responsabilidades, midiendo el pulso, poniendo el ritmo del duelo, sin enloquecer pero sin ceder. Noticia buena también fue la entrada que registró la plaza, casi llena, cuando todavía el gran público, que es quien llena, no estaba enterado de cómo se las gastaba ese Roca Rey.
Gran noticia fue que ese mismo público se fuese encantado de la plaza, que Iván García cuajase un gran tercio de banderillas, que el rocín negro siga levantando pasiones en los arrastres. Y calificación de nada bueno para la cogida de Santi Acevedo, al que apenas iniciada la tarde, un toro mansón le apretó a favor de querencia y le pegó una cornada de consideración; o para el juego nada grato de los toros de Victoriano del Río, para que luego digamos de los toros de las figuras, que mansearon en exceso y colaboraron poco con el éxito.
La gran faena de Roca llegó en el cuarto. Un toro colorado y recortadito que se frenó en los capotes y al que hubo que picar en la puerta de cuadrillas. Talavante, que no había entrado a las provocaciones anteriores, entró en su turno quites. Roca volvió al toro para replicarle por caleserinas, faroles y fantasías varias. Así estaban los ánimos. Y todo seguido llegó la gran explosión. Deslumbrante arranque en los medios, un pase cambiado, una arrucina, un cambio de mano, un natural y a partir de ahí un simparar.
Firmeza en los pies, dominio en las muñecas, un circular ligado con otro circular, del derecho y del envés, sin solución de continuidad. Un poste impertérrito el tal Roca, un ente hipnotizado el victoriano persiguiendo la muleta, una catarsis general mandaba en la plaza. La estocada, los pañuelos de Amado volando al unísono, dos orejas, gentes que pedían más sin reparar que no hacía falta, que para entonces ese Roca ya era Rey de la feria mientras no venga otro a enmendar la plana.
En su primero ya había avisado de sus intenciones. A un toro manso y huido lo persiguió por tierra, mar y aire y al sexto al que recibió por gaoneras le hizo faena cargada de mensajes. Arrancó de rodillas para no ser menos que Talavante en el quinto y volvió a echarse de rodillas mediada la faena para torear al natural con templanza y emoción, le ganó el paso al toro para cerrarle la escapada y tiró de variedad y agallas para redondear una tarde que para entonces ya era suya pero debía saberle a poco. Así que cortó otra oreja y todo seguido se lo llevaron por la puerta grande, justo lo que se había propuesto.
Talavante queda dicho que no desentonó. Asumió su responsabilidad de figura, no volvió la cara, mostró la imagen del maestro sereno y entregado, estuvo siempre por encima de los toros, en realidad no tuvo toros, y desde luego quedó claro que no ha dicho su última palabra en su duelo. Su primero fue un toro mentiroso, iba pero no se iba, le dio las ventajas de los medios y le superó en entrega; en su segundo, toro bruscote, arrancó la faena por estatuarios y le acabó domeñando desde la firmeza y la técnica; y al quinto le endilgó lances de manos bajas y mucha templanza, seguramente los mejores de la tarde y su arranque de rodillas fue un portento de torería.
Luego la faena volvió a tener más mérito que brillantez. El toro no quiso sumarse a la fiesta, el toro en realidad fue un cabrón. No importó. Fue una gran tarde.
Por José Luis Benlloch
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