Si el ejercicio taurino 2015 supuso una luz al final del túnel de un escalafón muy parco en figuras, más tímido –aún- en tirón taquillero y una élite acomodada y refugiada en su colegueo ombliguista con el emerger de nombres nuevos, nombres nuevos que no todos toreros nuevos pues los hubo juveniles, en edad de merecer y otros a punto de arroz pasado, la campaña americana ratificó que su voluntad de alternar con las figuras no es una broma y que están haciendo u esfuerzo para no ser flor de un día y sí para quedarse.
Las exitosas reapariciones, sobremanera la de David Mora, suponen sumar más novedades por el tiempo de inactividad forzosa y su refulgir en su segunda alternativa de Vista Alegre.
Pero el toro americano no es lo mismo que el español. Ni siquiera son comparables los de plaza de 1º de los países hispanoamericanos con el toro de 2º y algunas plazas de 3º españolas; más que en volumen y cuernos, que también, en comportamiento.
Y cuando llegan ufanos de hacer “las américas” el toro de aquí te dice bienvenido a España.
Las primeras piedras de toque (Castellón y Olivenza) han ratificado que hay argumentos para la ilusión, para que la tauromaquia del siglo XXI tienda, como pide la ciudadanía, hacia un cambio “de progreso y reformista” que diría el cursi político.
Por supuesto que las grandes figuras lo son por algo, pero el hecho de cómo se han desarrollado estas dos ferias en resultado artístico y rentabilidad, más que en fuerza de convocatoria, con algunas ausencias muy relevantes, introduce un matiz nada baladí : que hay mimbres para varios cestos en las que las figuras tornan su condición de imprescindibles por la de racionalmente necesarios.
Parece igual, pero no es lo mismo.
En tales circunstancias el maestro Palomo Linares levantaría la copa e instaría a un brindis porque ¡hay motivos!
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